Una plancha se detuvo junto a un árbol y del suelo
brotó una lluvia de transistores.
Nosotros también nos detenemos, y a veces un poco
deslumbrados
nos vamos por ahí... tambaleantes.
Pero la cosa recomienza, y siempre volvemos
a ser lo que éramos.
El mobiliario se completa.
Lo que no quiere decir que la silla vuelva
a llevarse bien con
la mesa.
Habrá que ver lo que es seguir... Pero que siga, que siga...
sin detenerse.
Y cuando comienza uno a abanicarse a grandes rasgos,
sin sentarse en una silla,
el suelo comienza a anegarse
y se termina por encontrar una rueda de esas
en un rincón,
completamente knockout.
Momentos después la rueda recomienza
y hay vientos por ahí.
Un viento que acomoda las últimas migajas
(¿por qué habrá siempre últimas, me preguntaba los
días pasados
que siempre hay)
La quiebra del pavimento
la quiebra de los talones,
la quiebra de las agujas y de los pelos,
de las grúas y de los bancos de plaza,
tiene que ver con los paraguas que flotan a la deriva
o con los humos que brotan interminablemente de las
orejas gastadas.
Una oreja sepulta caballos.
Los cabellos sepultan caballos.
Los caballos insepultos son todos orejeros.
Las hojas se acomodan pero ya no se estacionan
durante años en un rostro.
Orejas de plaza,
paraguas insepulto
rueda demoledora...
Hubo que hacerse un lugarcito y esperar.
La conversación lateral crecía y los rostros se
abordaban salvajemente.
Una almohada de cabellos.
Una almohada de caballos.
Orejas por el suelo, rodillas en la tierra,
y todos los rinconcitos reservados para otras miradas.
Hoy me pregunto por qué de todos lados se vienen
caballos
traídos de los pelos o de los cabellos.
Y el porqué de tantos andenes sin rostro definido
para colgarse de cualquier lado.
Una vez fueron tres
y no hubo palacios sino calles como zancudas,
y cómo se sacudían
en cualquier sector de cabello
o de espejo incontenible.
¿Por qué contener el agua?
¿Por qué la llama acentuaba su relieve para declinar
y caer en embudo?
Había que enroscar los cables de las miradas
¡Y que pase otro más al frente!
Un frente sin perfil, un filo iluminado para los que
buscan asirse de los bordes.
Ojos vacíos, ventanas vacías y vendaval.
Hay un viejo asunto de cajones
y de muelas del viento.
Un centenar de antenas dopadas
hacen brotar sus frutos por todas partes.
Pero si hay partes no pueden ser todas para asomarse
detrás de una loma,
de debajo del agua,
detrás de una puerta
o simplemente detrás de los párpados.
(poema transcripto de "La Gran Salina y otros poemas", publicado por Mate, con la dirección de Arturo Carrera, editado por Juan Lagomarsino, Buenos Aires, 1997) (aclaración: el formato de este blog dificulta la disposición adecuada de las caídas de verso respecto del original, pero sí se han respetado los cortes de las mismas)
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