La ansiedad no es buena compañera: extravía el ojo y la palabra, nubla la conciencia, crea fantasmas, monstruos que no son más que molinos de viento agitados por la tormenta del ojo interno tan estrábico y extraviado.
Despierto a la calma, veo que el relámpago dibujaba un gigante en el árbol junto a mi ventana. Pequeñísima ventana azotada.
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