miércoles, marzo 25, 2009

Fiebre negra: Los afroargentinos en la tierra fértil de la ficción

La historia de la esclavitud en Argentina es una página que está escribiéndose. Poco se sabe acerca de cómo llegaban los esclavos negros a nuestro país, desde qué lugares, cómo vivían, cuáles eran sus tareas dentro de la economía regional y nacional. Se sabe, sí, que la Asamblea del año XIII declaró la Ley de Libertad de Vientres, por la cual todos los hijos de esclavas nacidos a partir del 31 de enero de 1813, nacían como hombres y mujeres libres. Sin embargo, teniendo en cuenta que la esclavitud fue abolida en 1853, se abren numerosos interrogantes. Los registros de los censos de la primera mitad del siglo XIX, señalan que la comunidad de origen africano era el treinta por ciento de la población de la ciudad de Buenos Aires. Entonces, ¿cómo es que ya no se ven negros argentinos en Buenos Aires? ¿Y en el resto del país? Preguntas que se hilvanan y que, en parte, fueron el motor de Miguel Rosenzvit a la hora de escribir su novela “Fiebre negra”, un relato de ficción histórica totalmente verosímil. Narrada con saltos temporales entre 1820 y 2008, la novela cuenta la historia de amor de Valeria Beltrán, hija de amos blancos, y de Joaquín, hijo liberto de una esclava de esa familia. Dicho relato se entrelaza con la búsqueda de Diana, una joven antropóloga, que en la actualidad investiga el pasado escondido en una mansión de su familia deshabitada desde 1871, año de la fiebre amarilla que asoló Buenos Aires. Sobre todo esto, cuenta Miguel Rosenzvit en este diálogo.

¿Cómo surge tu interés sobre el tema de la población negra de Buenos Aires?

Surge a partir de la sospecha de que los argumentos de la historia oficial que explicaban la supuesta extinción de los negros de Buenos Aires eran falsos, o en el mejor de los casos, verdaderos sólo en su formulación. Porque decir que los negros murieron en las guerras, aunque es cierto, no alcanza para explicar su desaparición de la escena demográfica argentina. En cuanto a los falsos argumentos, son variados y algunos alcanzan niveles de ridículo sorprendentes para el desarrollo de la ciencia y la investigación histórica y antropológica que alcanza hoy la humanidad, por ejemplo que los negros murieron porque no soportaban el clima. Mentiras como éstas, tan bien enhebradas desde un proyecto de construcción de país obsesionado hasta el racismo por la europeización de Argentina, empiezan a deshilacharse con sólo echar una mirada apenas aguda en la actualidad. Y eso, para un escritor, es una motivación muy importante. Allí donde se escondió la verdad durante tanto tiempo, se esconden también los secretos que permitieron enmascarar la realidad. Y son esos secretos los que se ofrecen como tierra fértil para imaginar, desde la ficción, una Buenos Aires distinta, donde el frío número de los censos de la época, que arrojaban una población negra superior al 30 por ciento, se haga carne en personajes que vivieran en una ciudad así, antes que nada, llena de negros.

¿Por qué elegiste la voz de una mujer (Diana) para contar la actualidad y en primera persona?

El hecho de que el personaje de Diana, la antropóloga que investiga la historia escondida detrás de la casa que hereda, fuese mujer, fue una necesidad narrativa. Como heredera, la une un vínculo familiar con Valeria. Y a medida que Diana reconstruye el lugar que sus antepasados ocuparon en la construcción del destino que le tocó a los negros de Buenos Aires, se sentirá involucrada desde una profundidad de su ser que no había podido sondear hasta entonces. Quise que se unieran, ya que lo estaban desde lo blanco de la piel, también desde la femineidad, y desde la mirada que ese blanco y esa femineidad constituían. En cuanto a las dificultades técnicas que surgen en la construcción de una voz femenina desde un autor masculino, creo haberlo disfrutado como un buen desafío y haberlo sorteado con aceptable suerte.

¿Los personajes de la novela están basados en personas reales?

Bueno, creo que, cuando una novela explora hechos que tienen una vinculación significativa con la investigación histórica surge la tentación, la comercial tentación, de revelar detalles de la intimidad de algún prócer o de algún personaje famoso. No es el caso de Fiebre negra, aunque, naturalmente, los hombres y mujeres que tenían una presencia insoslayable en aquellos días puedan aparecer en un segundo plano. Pero sin dudas que vínculos similares al de Joaquín y de Valeria, vidas en común signadas por la atracción y al mismo tiempo por el rechazo, existieron en la Buenos Aires de entonces. Creo que la tarea del novelista es comenzar desde un hecho disparador, en este caso por lo polémico, diferente y oculto: la presencia masiva de afroargentinos en la Buenos Aires del siglo XIX. Y luego, narrar la historia privada y conflictiva de sus personajes. Así, sin proponérselo desde el dictado consciente, los datos de la realidad y la investigación se inmiscuyen en la prosa. Por ejemplo, días atrás me preguntaban si el primer capítulo, en el que Joaquín y Valeria nacen casi simultáneamente, era una forma de denunciar las pésimas condiciones sanitarias a las que eran sometidos los esclavos y libertos de entonces. De inmediato respondí que no. Que mi novela no era en sí una denuncia. Pero luego me di cuenta de que yo conocía este dato terrible: la mortandad infantil, que suele medirse en tanto por mil, era, para la población negra, del 50 por ciento. Es decir, que uno de cada dos hijos de esclavas morían antes de cumplir el primer año de vida. Seguramente ese dato tiñó de notas amargas la prosa de ese primer capítulo que es, en sí mismo, creo, para nada amargo, y más bien vital y vigoroso.

¿Cuáles fueron las fuentes con las que trabajaste para tu investigación? ¿Durante cuánto tiempo?

La investigación en sí me tomó unos 5 años. Menos porque el desarrollo de la novela lo exigiera (mal la pasarían los novelistas si fuera así) que por la pasión y la curiosidad que despertó la pregunta por el destino de los negros de Buenos Aires. Las fuentes fueron diversas. En principio, las que referían puntualmente a la cuestión de los afroargentinos. (George Reid) Andrews, (Néstor) Ortiz Oderigo, (Ricardo) Rodríguez Molas, por nombrar sólo algunos. Luego, ciertos textos de (Domingo F.) Sarmiento, (Juan B.) Alberdi, (Lucio V.) Mansilla, (Eduardo) Wilde, para entender, para empezar a entender, la fanática pasión blanqueadora de quienes tejían los destinos de la patria. Y finalmente, textos algo más secretos, de esos en los que se esconden las perlas y que develan una mirada subjetiva, menos tendenciosa, y por ende, para los fines de corroborar la presencia afro en el siglo XIX, más honesta; por ejemplo las descripciones de los viajeros que visitaron nuestro país y describieron a la población de entonces.

Más allá del interés que este tema despierta en vos ¿sentís, o creés que haya, algún tipo de influencia de la cultura afroargentina en tu literatura?

Absolutamente. Creo que la hay en toda producción cultural que surja en estas costas. Y en mi caso en particular es, además, consciente y anhelada. El ritmo, el tambor, la percusión me subyugan y dictan muchos de mis textos. En mi más temprana juventud, me perdía recreos enteros, solía quedarme en el aula buscando ritmos y timbres en los pupitres del aula vacía y, por eso, indulgente. Hasta que el timbre, chillón y monocorde, abortaba la sesión. Ojalá mis textos merezcan esa influencia, y mis palabras signifiquen saltando desde el ritmo.

Miguel Rosenzvit nació en Buenos Aires en 1969. Es autor, entre otros, de los libros de poemas Caminos de piel y barro y Vértigo taciturno; de los libros de cuentos El oficio de los ojos y Cuentos vísperos y de las novelas El inspirado muchacho Rosantes de Mataderos y En el nombre. Fiebre negra fue elegida novela finalista del Premio Planeta, por un jurado integrado por los escritores Marcos Aguinis, Marcela Serrano, Osvaldo Bayer y el editor Carlos Revés.


Entrevista realizada por email por Mercedes Gómez de la Cruz