jueves, mayo 14, 2020

el futuro porvenir

Ya empezó a circular la tercera bitácora editada por Rea Revista Se trata de una serie de compilaciones de textos escritos por autores de Rosario en el contexto de la pandemia de Covid 19 y la cuarentena impuesta en Argentina desde el pasado 20 de marzo. La publicación circula viralmente en formato pdf y en formato epub. 
Las dos ediciones anteriores se titulan Bitácora del Virus y Bitácora de la Intimidad.
Esta vez la consigna fue escribir acerca del porvenir, lo que podría venir, el futuro.

Y allí fui.

Reproduzco aquí un fragmento de la pequeña prosa que escribí para esta nueva edición y que comparte índice con textos creados por artistxs, escritorxs, periodistas y personalidades que admiro, bajo el título Bitácora del Porvenir I, palabras de una era

Al final del posteo están los links de los tres volúmenes publicados hasta ahora.

Agradezco a las editoras Lila Siegrist y Virginia Giacosa por convocarme. 

Links para descargar:


Bitácora del Virus

Ilustrada por Gastón Miranda

Bitácora de la Intimidad

Ilustrada por Virginia Molinari

Bitácora del Porvenir I, palabras de una era 

Ilustrada por Lucía Rubiolo


Editoras: Virginia Giacosa y Lila Siegrist

Editor adscripto: Pablo Makovsky
Diseño editorial: Maxi Falcone






Todo lo que pensamos está en algún lugar

Mercedes Gómez de la Cruz

Hacíamos un resumen en las clases de historia trazando una línea donde marcábamos los años y los acontecimientos importantes. De izquierda a derecha y de menor a mayor, el tiempo era un vector hacia adelante. Una línea -y como toda línea, infinita- dibujada hacia lo desconocido. En algún momento del año esa línea se convertía en cuadro sinóptico y las líneas simultáneas de otros espacio-tiempo se transformaban en casilleros paralelos.

“¿Cómo llegamos hasta acá?”



Para seguir leyendo, seguí este link

miércoles, abril 01, 2020

La madre, la bruja, la niña


El pasado mes de noviembre en la presentación de Roca Madre, en Rosario, la escritora y docente Lila Paolucci compartió su lectura de mi libro. 

Gracias Lila por estas palabras y el enredo de su trama.


Una lectura de Roca Madre 
de Mercedes Gómez de la Cruz 


Noviembre, 2019



            Son muchos los escritores —Carver, Borges, entre ellos— que han comparado la escritura de un cuento con la de un poema. El poema, dice Faulkner, es la forma más demandante, después viene el cuento y, por último, la novela. La exigencia formal que liga al cuento con el poema tiene que ver con algo que ya es una frase hecha y que dice que en un buen cuento y en un buen poema no debe faltar ni sobrar una sola palabra, como si fueran artefactos de precisión, relojitos suizos.

            Algo de cierto hay en esa idea, pero si la traigo a colación es sólo porque resultó ser para mí, mientras pensaba en cómo hablar de Roca Madre —gran desafío para una lectora ferviente, pero poco avezada en la poesía—, la punta del ovillo para otros interrogantes que contemplan los mismos artilugios, pero considerados desde un ángulo distinto: ¿qué pasa desde el punto de vista de la lectura? ¿son diferentes las expectativas, las exigencias, las estrategias al momento de leer un cuento o un poema? Leer un poema, ¿demanda una sensibilidad específica?




            En una conversación con Susan Sontag que tuvo lugar en la Feria del Libro de Buenos Aires de 1985, en la discusión sobre las diferencias entre prosa y poesía, Borges alegaba que las diferencias no son de los textos en sí, ni tampoco de las estrategias de lectura que demandan, sino de la experiencia singular de cada lector, lectora, lectore. «Hay tantos tipos de lectores como lectores hay en el mundo», concluyó.



           Marcel Proust, a su vez, afirmaba que la lectura recibe su dignidad de los pensamientos que despierta. Esta idea es retomada por la antropóloga y escritora Michèle Petit en un libro delicioso que se llama Leer el mundo (FCE, 2015). Petit dice así:



"Allí donde la experiencia de la lectura es quizá irremplazable es cuando abre los ojos y suscita ese pensamiento vivo, en movimiento, cuando trae ideas, sugiere acercamientos insólitos, inspira, despierta. (...)

"Esta experiencia no se da cada vez que tomamos un libro, ni mucho menos, pero es tal vez lo que muchos lectores fervientes buscan en ella, de manera más o menos consciente, esos momentos de revelación, siempre fugaces, en los que el mundo es como nuevo, intenso, en los que encontramos un lugar poéticamente, en los que vemos lo que no veíamos, en los que estamos atentos, receptivos a lo que nos rodea, así como a los pensamientos que se nos ocurren."




            Entonces, en esos momentos, el libro, sin distinción de género, empieza a formar parte de nuestro universo personal, se inscribe en nuestra trama de relaciones textuales, intelectuales, afectivas. Episodios como los que narra Petit sucedieron durante la lectura de Roca Madre. Intentaré dar cuenta de tres.



1.


Una maestra

en los años 40

en el campo

se resigna a ser

ejemplo de escritura diestra

mientras escribe con la siniestra mano,

sus cartas de amor.



            Yo leo, condensada en siete versos, toda una historia. Y es tan potente porque es una historia compartida. Todas —todes, todos— conocemos a esa maestra. Todas conocemos la letra de esa maestra. (Es la letra de mi mamá, que la calcó de la letra de la Señorita Morosini, su maestra de primero inferior a sexto grado). Todas conocemos los motivos de esa resignación. Todas imaginamos qué cartas de amor se escriben con la mano izquierda. Y todas sabemos que esa escritura es su margen de maniobra, no porque el amor vaya a salvarla, sino porque al escribir eso que es propio se transgrede la norma, y todas necesitamos de su desobediencia. De esos gestos descarriados se compone nuestra mitología.











2.


A la siesta siempre había un nacimiento:

Andrea del Boca paría con dolor

un hijo de Silvestre, un varón, buena semilla, y

a la Turu o a mí nos nacía

con esfuerzo una muñequita, después

de haber corrido engordadas de almohadones.










            El segundo capítulo de mi educación sentimental: las novelas de la siesta, a las que miraba clandestinamente. «No son cosas para chicos», decía mi abuelo. Le molestaban las escenas «de amor». Pero quizás también deplorara las escenas de parto, tan fidedignas a la condena del Génesis del buen Dios. Escenas caóticas, estridentes, sin ritmo ni felicidad.

            La última línea del poema es una pregunta, que orbita el poema (y otros poemas del libro): ¿Cómo habíamos llegado a ese estado de cosas? El interrogante parte de la anécdota del juego de la siesta y nos interpela en nuestra historicidad.








            En Calibán y la bruja (Tinta Limón, 2016), la filósofa e historiadora italiana Silvia Federici recorre la historia de la transición del feudalismo al capitalismo desde un punto de vista feminista. Cuando, en el capítulo segundo, se refiere a las crisis demográficas en Europa de los siglos XVI y XVII, aporta una serie de datos muy pertinentes en relación al «¿Cómo habíamos llegado a ese estado de cosas?». Dice Federici:



"(...) la principal iniciativa del Estado con el fin de restaurar la proporción deseada de población fue lanzar una verdadera guerra contra las mujeres, claramente orientada a quebrar el control que habían ejercido sobre sus cuerpos y su reproducción. (...) esta guerra fue librada principalmente a través de la caza de brujas que literalmente demonizó cualquier forma de control de la natalidad y de sexualidad no-procreativa, al mismo tiempo que acusaba a las mujeres de sacrificar niños al Demonio. (...)

"Como consecuencia, las mujeres comenzaron a ser procesadas en grandes cantidades. En los siglos XVI y XVII en Europa, las mujeres fueron ejecutadas por infanticidio más que por cualquier otro crimen, excepto brujería, una acusación que también estaba centrada en el asesinato de niños y otras violaciones de las normas reproductivas. La sospecha que recayó también sobre las parteras en este período —y que condujo a la entrada del doctor masculino en la sala de partos— proviene más de los miedos de las autoridades al infanticidio que de cualquier otra preocupación por la supuesta incompetencia médica de las mismas.

"Con la marginación de la partera comenzó un proceso por el cual las mujeres perdieron el control que habían ejercido sobre la procreación, siendo reducidas a un papel pasivo durante el parto, mientras que los médicos hombres comenzaron a ser considerados como los verdaderos «dadores de vida» (...). Con este cambio empezó también el predominio de una nueva práctica médica que, en caso de emergencia, priorizaba la vida del feto por sobre la vida de la madre. Esto contrastaba con el proceso de nacimiento que las mujeres habían controlado por costumbre. Y, efectivamente, para que esto ocurriera, la comunidad de mujeres que se reunía alrededor de la cama de la futura madre tuvo que ser expulsada de la sala de partos, al tiempo que las parteras eran puestas bajo vigilancia o eran reclutadas para vigilar a otras mujeres."




3.



Una persona

cuelga de mi pierna

mientras preparo la cena.

Como esos pesados en el boliche que

se cuelgan de tu cuerpo. O que al pasar

te besan la mano o el hombro.

Asombrada

tiro lejos

los taper y sus tapas

para ver si se distrae y me deja

terminar de hacer la comida, mi hija.



            Asombro —en tanto admiración y extrañeza— produce este poema. La comparación insólita es, no obstante, la más justa. Esa pesadez, ese fastidio, de moverse con lastre, sea muchacho en el boliche, sea hije por la casa. El poema se siente en el cuerpo, tanto que creo ser yo la que lo escribe.

            Frente al nuevo obstáculo, una apela a los recursos de los que dispone, muchas veces, hasta entonces, desconocidos. Tirar algo lejos para que se distraiga. «Andá a la esquina a ver si llueve». La tarea titánica de lidiar con el aburrimiento ajeno. ¿Cuántas veces quedamos pasmadas frente a lo que hacemos por, para, con, a causa de les hijes? En esos gestos vamos urdiendo nuestras tretas —recursero insólito— frente a una perplejidad que no se resuelve. «La maternidad es rock», dice Mercedes.



            De estos fulgores vivos hay otros en el libro. También hay más preguntas —las preguntas son constantes en los textos de Mercedes Gómez de la Cruz—, como si los poemas se negaran a terminar allí, en el salto de página, y fueran a inmiscuirse en nuestros asuntos, a colarse en nuestros días.







            Yo misma comencé preguntándome por las diferencias entre prosa y poesía, entre cómo se escriben y, sobre todo, cómo se leen, en su especificidad, la una y la otra. No llegué a conclusiones firmes. En cambio, sí puedo afirmar es que la lectura de Roca Madre es una verdadera experiencia, una en la que las palabras más que inventar realidades, vienen a iluminar intimidades y, asimismo, vivencias sororamente compartidas. Porque, en definitiva, es muy probable que, como anota María Teresa Andruetto, todo dependa de la relación entre las palabras, del modo en que una escritora —escritor, escritore— se vincule no con el vocabulario, no con la sintaxis, ni con la estructura, sino con el lenguaje como lugar de reunión, de comunión con quienes leen (La lectura, otra revolución, FCE, 2014).

            La lectura nos acerca a lo común mientras que nos calza otros zapatos y nos lleva a aventurarnos en insólitos ríos. Hay veces en las que la correntada nos sacude, nos conmueve, nos confirma y, cuando finalmente nos devuelve a la orilla, traemos en el pelo, enredados, unos poemas.



Lila Paolucci


martes, marzo 24, 2020

diez mundiales

No olvidamos. 
No perdonamos. 
No nos reconciliamos.

Memoria, Verdad y Justicia
Fueron 30000

 Patricia Elizabeth Marcuzzo y Walter Rosenfeld
PRESENTES AHORA Y SIEMPRE





Cobró sentido el silencio que recordaba y lentamente también muchas otras cosas. A partir de allí la tarea fue reconstruir la historia y revelarla tan completa como le fuese posible, aunque sea para sí misma.

Primero, la primera parte, la prima desaparecida de su madre (punto) Se lo dijo. Hija de quién. Eso no lo pudo escuchar hasta mucho después. El único detalle que conocía de esa historia era la frase “yo tengo una prima desaparecida” y el inmediato ahogo del llanto materno. Es decir, no podía preguntar.

La muerte tiene esas cosas: separa lo separado y une lo que estaba unido. Acomoda y aclara con los huecos. Un amigo le dijo: "Murió Videla. El dictador que dijo: “los desaparecidos no tienen entidad, no están ni vivos ni muertos, no existen”. Será recordado con agradecimiento por muchos poderosos de la Argentina. Nosotros, los que tuvimos hijos en los dos mil y vimos a Néstor Kirchner descolgar su cuadro, pudimos dejar atrás nuestras pesadillas de chicos. Hay que festejar eso."

La verdad es que había estado pensando más en el tiempo pasado, en la maduración, en el trabajo en terapia, en los encuentros familiares que ya habían dejado de ser sólo a la mesa de celebración. Entre todas las cosas que habían cambiado estaban las fotos de la familia, que cambiaron de mano. Y, lentamente, el silencio se fue significando. No aquel silencio de la no existencia de sonido, sino uno que es como una película que tiene sonido pero cuya escena se ve siempre comenzada justo en el momento en que los personajes terminaron de hablar. Pero tampoco. Sí recuerda que acababan de gritar un gol de Argentina todos en la casa. Terminó el grito, el tío se da vuelta, mira a todos desde el extremo de la mesa, junto al televisor. Ella no recuerda el grito, sino que el grito finalizó; ese espacio tenue donde ya terminó la expiración que queda después del desahogo y antes de un nuevo sonido. No recuerda el audio de ese partido, sino uno genérico y por separado de ese recuerdo puntual. Recuerda también los festejos en la calle. Vivían en pleno centro y los papelitos llovían desde los balcones. Habían salido a caminar amparados por esa lluvia. Recuerda que había gritos de euforia, es decir, sabe que los había, pero en su cinta mental no se escuchan. Recuerda que alguien saltaba envuelto en una bandera y sabe que gritaba sacudiendo los brazos. El fenómeno se reproduce, es el mismo: silencio, pero no silencio, sino grito que terminó, o que no puede continuar. Un espacio de cinta apagado. Un vacío entre gritos simultáneos. En la mente tiene esas pausas, no el audio completo. Tenía cuatro años. 1978.


Si le preguntaban, hasta el año 1995, la dictadura era algo que había pasado. Si le preguntabas hasta el año 2000, más o menos, las huellas de esa parte de la historia argentina no eran tan significativas para su historia familiar. Si le preguntan después del 2010, tiene el corazón atravesado por la verdad. Y aunque sus recuerdos del mundial no se modificaron lo que cambió es que ahora comprende esos recortes en su memoria. Así se fue de su pecho el peso de la angustia. Recuperó la memoria de muchas cosas de un tiempo que, hasta entonces, había recordado como feliz.
Cuando tenés dos años y un grupo de tareas toma el edificio en que vivís, tu mente construye empalizadas protectoras hasta que puedas soportar el peso de la realidad. Su recuerdo empieza en brazos de su madre: las dos en la cama grande, el padre en camiseta y calzoncillos le alcanza los documentos a un hombre que está parado a los pies de la cama, en el extremo del cuarto. Ella no ve a ese hombre, sino al otro. El otro hombre está ubicado junto a la puerta de la habitación, tiene puesto un pasamontañas de lana, remera negra de mangas cortas. Es alto, fornido y tiene un arma larga colgando de su espalda. El arma en sus brazos, a la altura del pecho, de izquierda a derecha, el padre tiene que pasar delante de él obligadamente. Ahí se corta el recuerdo. Escena siguiente: habitación a oscuras, padre, madre y ella en la misma cama. A su izquierda está la pared que separa del departamento vecino. Llegan ruidos, es decir, sabe que llegan ruidos. Audio difuso de sonidos que no identifica. Pregunta a su madre qué pasa. La madre tiembla y llora. Pregunta por su amigo que vive en esa casa. Pregunta qué pasa. Su madre no dice la palabra “nada”. Su madre no dice.





viernes, enero 10, 2020

Linaje

Durante el mes de noviembre de 2019, estuve coordinando ANCESTRAS, un taller de lectura sobre autoras que desarrollaron su obra en Rosario durante el siglo XX. 


Fue en la preciosa Biblioteca Popular Alfonsina Storni, en Rosario.


Gracias a Pablo Serr, su director, quien abrió la puerta a mi propuesta. Gracias a las concurrentes por sumarse a esta experiencia con entusiasmo y afecto.




En cada uno de los cuatro encuentros hicimos eje en una escritora que desarrolló su obra en Rosario durante el siglo XX: Emilia Bertolé, Angélica de Arcal, Irma Peirano y Beatriz Vallejos.

Si no conocen el trabajo de estas mujeres pueden escuchar una pequeña muestra en los videos -aquí linkeados- que circularon en redes sociales y que contribuyeron a promocionar el taller. ANCESTRAS continuará en 2020 en el mismo espacio de calle Ovidio Lagos 367 (Rosario) con nuevas lecturas de estas y otras escritoras de la ciudad y su zona de influencia.




"Lluvia", de Emilia Bertolé



"Otoño", de Angélica de Arcal



"La luz se justifica", de Irma Peirano



"María un corderito tenía", de Beatriz Vallejos