Encadenada ella a una roca, sobre y junto al mar, Andrómeda vive a merced del sol, del viento, del agua y su sal. Pasa las horas sin abstraerse demasiado del aprendizaje que se le impone, descubierta.
Ella calcula, advirtiendo lo que no domina, lo que no puede dominar, asimilando las fuerzas naturales a sus saberes de cocina, de arreglos cosméticos que algún día volverían cuando Perseo la tomara de la mano, la acomodara en su lecho y luego, descansando en la cubierta de su barco, durante la noche mansa, la escuchara relatar el ciclo espectacular de los elementos.
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