El dolor es una sensación extrañamente vivificante. Por momentos evitable, suele ser ineludible cuando llega. Aunque siempre hay algo que llama a ignorarlo o a eludirlo: un golpe, por ejemplo. Entonces, algo trivial, otro dolor, tan ineludible como el profundo, pero más superficial que el primero, nos despierta a la vida nueva de todos los días. Este último puede ser provocado por un diccionario cayendo sobre uno de nuestros pies, o una pulga picando en nuestra mejilla mientras se está atado de pies y manos, con imposibilidades de rascarse. Así, uno busca hasta que encuentra la manera de aliviar el dolor trivial, y cuando lo logra, cuando lo calma, se da cuenta que durante un rato el otro dolor, el que creía más profundo, ya no tiene tanta importancia.
Tan maravillosa es la vida.
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