viernes, marzo 10, 2006

8 de marzo...

Suele haber un rastro de cada caída en algunas células. También la información química de cuál ha sido el alimento ingerido en cada etapa de la vida. Esto último queda en los huesos. Pero hay otras marcas, otras que no se ven tanto, otras que de vez en cuando emergen como un moretón tardío y permanecen en un tic, una mueca, un rictus en la comisura de los labios.
Como mujer he sido educada, y como tal, y como católica, he sido criada, y amansada: para amar tanto al amigo como al enemigo, para acariciar pero también para poner la otra mejilla, para tener piedad con el impío, para ocultar mi sonrisa de felicidad y ser así discreta ante el dolor de los demás, para ocultar mi propio dolor y no opacar así la felicidad de los demás. Fui educada, como la enorme mayoría de las mujeres, para soportar la responsabilidad de las derrotas y consolar los dolores de aquellos seres amados, para sentir alegría con sus logros, pero siempre con un paso al costado. Fui educada para dar y dar y dar: comprensión, apoyo, solidaridad, seguridad, abrazos, y debía, sí, debía, sentir gozo por el sólo hecho de hacerlo, sin pedir nada a cambio, porque debía, sí, debía, encontrar en la dádiva mi propia alegría.
Debería olvidar todo eso, o simplemente dejarlo de lado cuando fuese necesario. Balancear un poco las cosas. Dormir más tranquila, sin velar tanto del sueño de las suceptibilidades de quienes están alrededor.
Tener una completa metanoia.

Y el día de la mujer, no debería ser ninguno. O acaso existe el día del hombre?

Que cada día sea humano, que cada día sea humano

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