domingo, septiembre 09, 2018

"La importancia de la música: de la playlist a la banda de sonido"

A fines de agosto estuve en Tandil, provincia de Buenos Aires.


Paseando por Tandil. Lindísima ciudad



Viajé desde Rosario para participar del encuentro "¿Por qué es importante la música? Reflexiones desde las Ciencias Sociales/Humanas", el 31 de agosto. El encuentro estuvo organizado por la Facultad de Ciencias Humanas (UNICEN) el Instituto de Geografía, Historia y Ciencias Sociales (CONICET) el Instituto de Estudios Histórico-Sociales, el Instituto de Estudios Históricos (UNTREF), el Centro Interdisciplinario de Investigaciones en Género (IdIHCS-UNLP) y el Laboratorio de Estudios en Cultura y Sociedad (UNLP)




Panel de Apertura: "(De)Construyendo experiencias musicales en clave de género: perspectivas, nuevos aportes y desafíos pendientes": de izq a der.: Adriana Valobra (CInIG-FAHCE-UNLP) (coord) Micaela Yunis (ISHIR-UNR/CONICET) Malvina Silba (FACSO-UBA/CONICET) y Nicolás Aliano (UNSAM/CONICET)



A comienzos de ese mes Ezequiel Gatto publicó en su facebook la extensión de una convocatoria para enviar ponencias y trabajos a dicha jornada. Las ponencias enviadas estuvieron supervisadas por el comité organizador, integrado por Mg. Manuela Calvo (CONICET / IGEHCS- IEHS) - Dra. Guillermina Guillamon (CONICET / IEH- UNTREF) – Lic. Josefina Cingolani (CONICET /LECyS- FTS-UNLP) – Dr. Nicolás Aliano (CONICET / UNSAM) - Lic. Elena Bergé (LECyS-FTS-UNLP) – Lic. Leandro de Martinelli (FPyCS-UNLP) – Lic. Juan Ignacio Babino (FPyCS-UNLP) – Lic. Noelia Caubet (CONICET/UNS-CER)Nicolás Fleming (FAHCE-UNLP).



Si bien la música es algo que está entre mis intereses permanentes dudé un poco sobre la posibilidad de participar o no, ya que los ámbitos convocantes eran académicos y actualmente no participo de ninguna institución del ámbito universitario y tampoco de ningún centro de estudios. Escribí para consultar si podría enviar mi trabajo y me dijeron que sí, y que como en todos los casos, quedaría a consideración de la aprobación del comité organizador. Así lo hice. Días después me escribieron para informarme la aprobación. Me siento muy agradecida por la oportunidad que me brindaron de participar en el intercambio de tan interesantes exposiciones y trabajos. 

Haciendo click en el enlace se puede ver el programa completo y algunas fotos.




Panel de cierre: "Tiempos de música: Claves y perspectivas para abordar las relaciones entre música e historia", de izq a der: Guillermina Guillamon (IEH.UNTRE/CONICET) (coord) Ricardo Pasolini (IGEHCS-IEHS/CONICET) Ezequiel Gatto (ISHIR-UNR/CONICET) Sergio Pujol (FCSyP-UNLP/CONICET)




GRACIAS



Título: “La importancia de la música: de la playlist a la banda de sonido”
Nombre y Apellido del autor: Mercedes Gómez de la Cruz
Pertenencia institucional: alumna de Escuela de Letras. Facultad de Humanidades y Arte - UNR 



"En tuiter alguien le escribe a Andrés Calamaro y le dice: “Por favor capitán! Te necesitamos. Demasiada tristeza y pesar. Sólo nos puede salvar tu música”(1)  Palabras más, palabras menos, son las que cualquier fan le diría al músico que disfruta escuchar. 
Roland Barthes en su ensayo “El ‘grano’ de la voz”(2) dice que hablar de la música nos lleva a predicar sobre ella con dificultad y que en esa difícil tarea hablar de la música, de sus elementos y de lo que despierta, “una y otra vez por debilidad o por fascinación” aparece el uso de los adjetivos porque “el predicado es siempre la muralla con que lo imaginario del individuo se protege de la pérdida que le amenaza, algo que constituye, porque hay algo imaginario en la música cuya función es consolidar, constituir al individuo que la escucha y eso llega con rapidez a la lengua por medio del adjetivo.”

¿Por qué es importante la música?

Para mí la respuesta es difusa, la más próxima que se me ocurre tiene que ver con las experiencias a lo largo de la vida. 
Cada uno de nosotros tiene en su vida una banda de sonido. Transmisora de memoria y de legado desde las canciones de cuna. Creadora de espacios y de tiempos en las pistas de baile. La música abre una dimensión temporal cuando suena. Despierta sensaciones, activa recuerdos, o aturde. La música hace en nosotros. Activa partes de nuestro cerebro, las neurociencias dan buena cuenta de esto con amplia bibliografía(3) .


Volviendo a la experiencia: era el año 2005 y yo estaba en México DF en un encuentro de poetas latinoamericanos. La primera noche estábamos ya casi todos los invitados al festival. Algunos nos conocíamos de otros festivales, pero era la primera vez que estábamos todos juntos. Éramos cerca de 20 poetas de Uruguay, Brasil, Chile, México, Perú, Guatemala y Argentina. Teníamos entre 25 y 30 años. Habíamos pasado el día escuchándonos leer nuestro trabajo, nuestros poemas. Voces, acentos, cantos. Cenamos en la terraza del hostel, tomamos cervezas. Las estrellas poblaban el cielo y nos ibámos quedando en numerosa intimidad. La música iba por cuenta del chamaco que atendía la barra, se llamaba Tonatiuh, tenía cerca de 22 años. Oficiaba de dj alternando un poco de lo que le gustaba a él y quería compartir y otro poco de lo que le ibámos pidiendo nosotros. La noche estaba fresca y húmeda, era octubre. En un momento empieza a sonar “Enjoy the silence”, de Depeche Mode. Nos miramos todos. 20 personas de todo el continente nos miramos a los ojos y cantamos, en inglés, la canción entera. 




Fue un momento de hermandad, nos encontramos, nos reconocimos. Tanto que le pedimos a Tonatiuh que la pasara otra vez, inmediatamente. Esa canción pertenece al álbum “Violator”, de 1990. Durante ese año, con la gira “Personal Jesus”, Depeche Mode visitó México por primera vez. Mientras tanto, “Enjoy the silence”, abría las pistas de baile en los boliches de mi ciudad, Rosario, en la otra punta del continente americano.  De manera que como yo, cada uno, cada una, tenía una o mil historias evocadas por esa canción que se reflejaba en la mirada del otro. Si hacemos una lectura política o de estudios de mercado o sociológica o incluso de economía se podría decir que estábamos bajo el influjo del imperio. Porque una canción, la música, también es la manifestación de la colonización cultural tanto como del acceso a una cultura signada por un determinado conocimiento, el de una lengua extranjera, como en este caso, el inglés. Para muchos de quienes estábamos esa noche en esa terraza en México había sido la música, esa melodía, además de la literatura, la que nos había llevado a estudiar inglés durante nuestra primera juventud. La voz de Dave Gahan y su grano (4) (en términos de Roland Barthes) nos habían llevado a estudiar un idioma que hasta entonces nos resultaba extraño, opaco. Y todo eso confluía en esa noche.

Hace tiempo mi hermana me pasó unas grabaciones de Richard Bona, un bajista y multiinstrumentista de jazz camerunés que canta en su lengua materna, el douala. Él emigró de Camerún hace muchos años y vive viajando pero tiene su residencia entre Nueva York y París. Estuvo en Rosario ya dos veces y fuimos a verlo, disfrutamos de su magia casi como de una teletransportación, un desplazamiento en el tiempo, una vida paralela. Escuchar música en vivo es siempre una experiencia intensa, es disponerse a que te pasen cosas por la mente y por el cuerpo. La última vez que Bona estuvo en mi ciudad lo hizo con su banda Mandekean Cubano presentando su disco Heritage (5), “herencia”. 





Y ahí estaba yo, disfrutando y pensaba: es un africano acompañado por una banda latinoamericana: es una banda latinoamericana acompañando a un músico africano: Transmigraciones culturales, mixtura, mezcla: riquezas musicales: las canciones nuevas en el repertorio junto a las canciones viejas en nuevas versiones, rejuvenecidas, resignificadas incluso en las voces de las mujeres que estábamos ahí y a las que él pidió escuchar en un improvisado coro en una de sus canciones más clásicas (“O Sen Sen Sen”(6)). Disfrutaba su recital y pensaba en esta cosa loca de escuchar a un hombre cantar en un idioma que no comprendo en absoluto, el douala, el idioma de la región donde él nació, en un país con más de 200 idiomas, donde el inglés y el francés son las lenguas del poder que homogeneiza. Durante el show, Richard Bona habló poco entre canción y canción y más allá de algunas palabras sueltas en castellano y las intervenciones en inglés, nada de lo que dijo entendí. La sonoridad de sus canciones le gana a todo y el sentido queda último, allá lejos, pendiente de una traducción posible a la vez que muy lejana en el tiempo, antes o después del encuentro con ese momento. Así, con el sentido atrás de todo, como en un resquicio profundo, reptiliano, extraño y también certero, original, como esas cosas que se comprenden sin entender. 

La música nos envuelve. 

Bailar me gustó siempre. Escribo poesía. Junté las dos cosas: tradición literaria sobre la música y la danza: Nicolás Guillén, Manuel del Cabral y mucha cumbia, mucho rock, mucha música. Bailar y escribir me llevó a recuperar la memoria y también a encontrar nueva música: mi banda de sonido. Así escribí un libro con esqueleto rítmico, con poemas acompasados, con ritmo respiratorio de cuerpo bailando:




En ese trayecto tuve un novio tanguero y yo quería aprender a bailar tango. Mientras estuvimos juntos nunca aprendí a hacerlo. Esa separación me dolió mucho. Tanto que me dije a mí misma: “tengo que hacer algo con esto porque si no, cuando escuche un tango me voy a querer morir”. Así que agarré y me fui a tomar clases de tango a una milonga. Aprendí a bailarlo, lo hice cuerpo, parte de mí, de mi historia, de mi experiencia, de mi propia memoria. Los tangos más entrañables para mí son aquellos con los que aprendí a dejarme llevar y a encontrar mi momento en la danza, esos con los que dí mis primeros pasos: “Bahía Blanca” (8), de Carlos Di Sarli  y “Bailarina de tango” (9), de de la Fuente y Sanguinetti . Mientras tanto, en esas clases, conocí a Vladimir sin recordar que ya lo conocía. Bailábamos tangos sin parar de reírnos. No había entre él y yo otra cosa que risa en esos ratos. Ni conversaciones. Nada. La pasábamos bien y a la vez era algo rarísimo. Nos dejamos de ver y tiempo después volvimos a encontrarnos en donde nos habíamos conocido de chicos. Él tenía seis y yo tres años de edad, cantábamos juntos en el coro Triglav (hoy coro Mila Ive) del Centro Croata Esloveno donde también cantaba mi madre y donde la familia de él participaba. Habíamos sido amigos, por eso nos reíamos. No nos acordábamos de nosotros. Nuestros cuerpos y algún lugar escondido de nuestra memoria recordaban nuestros juegos, las canciones, las danzas, la música."



Notas:

1- Twitter @majospessot María José Pessot, 20:10 - 2 ago. 2018 desde Ituzaingó Centro, Argentina
2- “El grano de la voz”, en “Lo obvio y lo obtuso: Imágenes, gestos, voces”, Barcelona, España, Paidós, 1986.
3- Parte de esto citemos un título de divulgación masiva: “El Efecto Morzart: Experimenta el poder transformador de la música”, de Don Campbell (Editorial Urano, 1998)
4- Roland Barthes, Op. Cit.
5- “Heritage”, Richard Bona & Mandekan Cubano (Qwest Records, 2016) Producido por Quincey Jones
6-Canción de Richard Bona incluída en su álbum “Tiki” (EmArcy, Universal Music France, 2006) Producido por Daniel Richard
7-Poema incluido en “Soy fiestera” (Primera edición co-editado por “junco y capulí/La Creciente”, Rosario/Córdoba, 2006) y en “Soy fiestera – Poesía reunida”, (publicado por “Fiesta E-diciones”, formato epub, 2016)
8-  “Bahía Blanca”, tango instrumental compuesto por Carlos Di Sarli. Grabado por Carlos Di Sarli y su orquesta típica en 1958
9- “Bailarina de Tango”, música: Oscar de la Fuente. Letra: Horacio Sanguinetti. Grabado por primera vez en 1951 por Hugo Duval con la orquesta de Rodolfo Biagi