
Como un plan básico de evacuación: ¿dónde
se orina en un parque? Avanzamos hacia los túneles con las vejigas llenas. Al
llegar, la puerta de ingreso al baño está cerrada. Nos dicen que podemos ir a
otro, más alejado. Nuestra adaptación nos guía y vamos. Nuestra sobreadaptación
nos lleva por el camino más largo. Llegamos al fin, orinamos triunfales en el
reducto que se nos asigna. Al salir, ya en la explanada, veo mucha gente
alrededor de un grupo de mujeres con perros. En la multitud pierdo de vista a
Maia M. y camino hasta la baranda junto al río. Algunas de las mujeres con sus
mascotas se acercan donde estoy. Un poco más allá, un grupo de ancianos está
molesto con los animales. Los viejos insultan amontonados, enfrentan a las
perreras, maldicen a los perros, especialmente uno, rabioso, que gruñe fuerte
“perro”, que desliza fuerte “de”, que saborea agrio “mieRda”. Las viejas del
grupo no se diferencian de ellos, se comportan igual. Al rato llegan corriendo
hombres y mujeres de edades diversas ejercitándose improvisadamente. A medida
que avanza el grupo va mejorando su performance, alcanzan su punto máximo
cuando tres varones acrobáticos hacen una torre, dos abajo y uno sobre los
hombros de ambos. Se desplazan apilados, se adelantan del resto como un gigante
de ojos intensos. Mientras tanto, llega un grupo mixto de corredores atléticos,
respiran al unísono, balancean sus brazos al mismo ritmo, parecen un cardumen.
Se desplazan por el parque tomando su espacio y lo disputan. Se enfrentan con
los corredores acróbatas y también con los viejos. Vuelven los gruñidos, los
gritos, los gestos bruscos al límite del golpe. Todos se reagrupan, se
desplazan, se dispersan, hacen sus rutinas. Enseguida llega un grupo de jóvenes
bellas y se mezclan con los viejos en una danza de amor. Ellos, los viejos,
hasta entonces como zombies con rabia, se tornan amorosos, dóciles, sonrientes.
Reciben y brindan amor y gracia.

Las bellas pasan y enseguida llega al
parque un grupo de gorditos cuarentones, cero estado físico. Se nota que buscan
aire, vida sana, salir de la alienación y del estrés.
Los viejos en su parcela se pintan una V
con aerosol en las remeras, son un equipo, se abroquelan, afianzan su espacio y
van moviéndose, como buscando con quién pelear.
Mientras los gorditos buscan aire, se
mezclan con los atletas acróbatas y avanzan sobre los viejos, que se abren
defensivamente y los dejan pasar. Los gorditos siguen su recorrido y barren con
las jóvenes bellas que se unen al conjunto y avanzan hasta las perreras
paseadoras que son tragadas por la marea que también traga a los atletas como
una ola fuerte. Arrasan. Avanzan otra vez, ya fortalecidos, a través de los
viejos y entre todos se tiran manotazos, tarascones, ruidos. La gente se
apretuja para mirar. Un hombre le dice a otro: “Yo quiero que corra sangre”.
Los viejos se abren y se repliegan, consiguen mantener su territorio. Los
corredores, hombres y mujeres, mezclados, pasan y se unen más. Los viejos
quedan enfrente y se disponen para una guerra.
Permanezco contemplando la pugna, casi la
historia de la humanidad. Sobre el río a mi espalda pasan barcos, uno toca
bocina, espera que alguno salude.
Motos de agua atraviesan el Paraná, son
como diez y hay dos ocupantes en cada una. De perfil los veo pasar, no es calma
su actitud, parece que van a otra batalla. Los muelles están lejos de aquí. En
ese instante llegan motos por tierra, son como diez y van dos en cada una,
hombres y mujeres. Rugen, copan la explanada, parecen ladrones, caballos
mecánicos, parecen guerreros. Un tropel de jóvenes corre tras las motos,
gritan, se ríen. Los motoqueros dan la vuelta. Estalla el ruido pero enseguida
se calma y entonces los grupos conviven en una armonía silenciosa: las motos se
estacionan, los perros retozan, los viejos hacen tai chi chuan, los corredores
trotan agrupados. Van corriendo y corriendo en el rato calmo.
Hasta que todos empiezan a encerrar a los
viejos con un circuito imaginario.
Los viejos los putean.
Los corredores los increpan.
Se gritan, se maltratan.
Los motoqueros con sus cascos se alinean
con los jóvenes. Los viejos dejan el tai chi y hacen aeroplanos. Todos se
pelean otra vez mientras corren como aviones. Incluso los perros van ladrando,
corriendo o en brazos.
Me pasan cerca.
Desde una curva del río llega un ser
gigante moviendo los ojos. Su rostro es humano y su cuerpo de limo y pasto,
similar al de un dragón o de una oruga. Alguien dice que se llama Grete. Tiene
pestañas largas, parece hembra.
Grete avanza danzando. Se desmembra y se
rearma. Todos aúllan a su alrededor. Algunos la echan, otros la adoran.
Atraviesa el espacio del parque y se va a su cueva o templo, cerca del agua.
Empiezan los grupos a seguirla y también yo voy tras Grete. Corro en silencio a
pesar de mis zapatos.
Entro a su cueva, su templo. Todo se
reacomoda en el nuevo espacio. Un grupo canta “Ya la historia se puede contar”.
Un hombre joven la mira embelesado, baila
frente a ella dialogando con su cuerpo. Grete lo observa de reojo, lo deja
acercarse, entra en su cortejo. Él se excita y empieza a sacarse la ropa, se
desnuda, se ofrece. Grete avanza, se le acerca. Es un momento sagrado. Grete se
desplaza hacia el altar, agitada, el joven la sigue. Grete se acomoda en el
altar, excitada, gimiendo. El joven frenético sigue su danza frente a ella.
Grete se expande, se dilata. El joven paroxístico salta dentro de su boca.
Grete se orgasma y se calma. Se repliega. Se duerme.
Todos los presentes miramos absortos.
Enseguida Grete abre los ojos, parpadea,
canta como un hada, como quien da una misa, una ceremonia. Mezclados,
encantados, la escuchamos.
Entonces Grete vomita un hombre canoso,
desde donde estoy parece un viejo. El viejo habla y dice que todos se matan por
el oro. Cuenta de El Dorado y de un hombre al que amó. Dice que se siente seco.
Parece tener sed.
Una mujer se le acerca y lo amamanta. El
viejo toma la teta. La mujer se aparta, desfalleciente. Otras la ayudan.
El viejo sigue hablando de varones que le
gustan.
Se escucha la voz de Grete, de su boca
sale una mujer que canta con su misma voz. Dice que se hundió en el río después
de comer oro.

El viejo habla de sus amantes y pregunta
si estamos en Perú, dice que extraña la selva y su embarazo de oro. Grita
entonces que los europeos no entienden nada, que vamos a invadir Europa. Me
gusta esa idea, si se arma me anoto para invadir. La mujer que salió de Grete
se para y vuelve a cantar. El viejo se ríe hermosamente y no sé de qué. La
mujer también se ríe. Otros alrededor empiezan a reírse y, bailando, avanzan
hacia Grete, que se agita y baila. Saltan a su alrededor, la acarician, la
tocan, la tironean. Grete se parte, se desarma, la desmembran. Siguen riendo y
gritando tiran de sus pelos de pasto y los arrojan por todas partes, adentro y
afuera de la cueva/templo. Personas cerca mío se crespan del susto mientras
Grete, cada parte de su cuerpo, está por todos lados. La horda sigue arrojando
sus piezas, juegan y se sacan la ropa. Excitados, comienzan a pelearse, piden
sangre. Veo a un amigo pasar semidesnudo chorreando sus colmillos. Furor loco,
muerte y destrucción. Se muerden, se persiguen, se pegan, se ahorcan. Veo a mis
amigos matándose entre sí, comiéndose sus partes. Para muchos, la canibaleada
dura hasta desfallecer. Hasta que todo parece calmarse.
A lo lejos, se oyen voces que cantan esta
misma historia.
Algunas peleas siguen, se lentifican y
persisten. Otros se enamoran y se recuestan con su amor. Un hombre y una mujer
encuentran su lugar para el retozo. También hay quien en una pelea vence o
parece vencer. El vencido queda tendido. El vencedor se aleja y encuentra a una
mujer vencida o dormida. La toma, la seduce. Ella se deja seducir o vencer, se
entrega a él. Más tarde él se la entrega a otro, o lo suma. Ahora son tres que
se aman o parecen amarse o jugar o pelear. Mientras, otras mujeres se enamoran
entre sí. Se persiguen, se besan. Miro sus actos y extraño a mi amado, él está
lejos, inmerso en otra batalla, en otro escenario.
Un joven toma a una mujer por asalto. Ella
pelea y es tan grande su fortaleza que para escapar de él, se rinde. Llega una
que la ayuda y así se libera. La ayudadora castiga al violador, lo alecciona y
lo convierte en un perro dócil. Cerca de ahí, una tribu joven se arremolina
amorosamente,se aman sobre las partículas de Grete, que están en todas partes.
Un bebé llora. Su madre lo aleja y lo
consuela.
Veo a mis amigos corriendo desnudos
Algunos muy serios
Otros riendo
Toda esta belleza me invade a pesar de
conocer la crueldad
Alguien muere
O se duerme
A lo lejos alguien canta,
Termina el día
se transforma el mundo
Se unifica