Nos habíamos conocido a fines de los 90, él integraba el staff de la revista "Los Lanzallamas" y yo editaba la revista "Viajeros de la Underwood". No nos hicimos amigos muy rápido, sino encontrándonos cada tanto en alguna lectura en público, en presentaciones varias, con amigos en común. Conversando, compartiendo el vino y el pan. Podría decir que nuestra relación se afianzó trabajando juntos en proyectos colectivos como la antología "Dodecaedro" y especialmente cuando preparamos la edición de su poemario "Jardines Flotantes", que apareció en 2005.
en la foto: Omar Aguiar, Renato Simeoni, Fabricio Simeoni, yo y Alejandro Pidello
Presentación conjunta de "La Luna en tus Manos", de Wáshington Cucurto,
"Jardines Flotantes", de Fabricio Simeoni (ed. junco y capulí)
y Revista "Plebella", de Romina Freschi
Centro Cultural La Toma,
Rosario, marzo de 2005
Hace dos años, las últimas veces que conversé con Fabricio Simeoni, él estaba alegre como siempre, con proyectos para el futuro y realizando muchas cosas en aquel presente. Nos encontramos a la salida de un recital de Living Colour, con las endorfinas bien en alto y días después me mandó un mensaje para invitarme a leer en un ciclo nuevo.
Era viernes y durante la lectura le convidé una pastilla de menta. Creí que cenaríamos juntos, con el grupo de esa noche, pero no, él se fue hacia otro evento. Saludó veloz y ya no lo ví.
Aquel lunes era feriado y el día terminaba cuando recibí el llamado de María Paula Alzugaray con la noticia de la muerte de Fabricio. Llegué entre las primeras a su velatorio, me fui temprano y volví al día siguiente a despedirme al fin. No pasa un solo día sin que lo extrañe.
Tiempo después, como parte de un intercambio con Marcelo Scalona, un desafío casi, escribí este poema pensando en la noche en que fumé mi último cigarrillo antes de dejar el hábito. Era la noche del 6 de septiembre de 2008 y todo fue así, tal como dice el poema.
Había luna tal vez.
Luz entre los edificios
del frío septiembre
junto al río.
Tomar vino y conversar
forman un bello deporte
que practicamos. Me gusta
que me dijeras “te amo,
pendeja”
después de algún chiste o en medio
del saludo, inflabas
los cachetes llenos de risa.
Decir que nos amamos
sin piedad ni diferencia es
un tesoro
que me acompaña.
Tuve yo
ceremonia para mí, contigo;
lo supe mientras sucedía:
compartimos, acompasados,
mi último cigarrillo
el último de mi vida.
Ese fuego, compartimos,
ese aire, la charla
sobre qué.
nos lleva
de fiesta.
Me sentía feliz:
la atmósfera del amor
nos envolvía. Amigos
para toda la vida.
Fotos: Federico Tinivella
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