Aquel cactus recordaba los desesperados gestos de la escultura:
Lacoonte acorralado por las serpientes,
Hugolino y los hijos hambrientos.
Evocaba también el seco nordeste, palmeras, suelo árido...
Era enorme, aun para esta tierra de grandezas excepcionales.
Un día, un huracán furibundo lo arrancó de cuajo.
El cactus cayó en mitad de la calle.
Rompió las empalizadas de las casas,
Impidió el tránsito de tranvías, automóviles, carros,
Arrancó los cables eléctricos y durante veinticuatro horas privó a la ciudad de iluminación y energía:
Era bello, áspero, intratable.
poema de Manuel Bandeira, del libro Libertinagem, traducción de Santiago Kovadloff
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